La claridad en su ventana indica que es hora de interrumpir el placido sueno, su poderosa mano izquierda talla su ojo derecho, aclara su vista y se prepara para levantarse; como a diario, el Leviatán sabe que llego el momento de dar orden al estado, en que esos individuos llamados ciudadanos, se agrupan bajo la sombrilla del contrato social, al que algunos—ilusos—llaman democracia o el gobierno del pueblo. El caos que con-vive en la periferia del “estado”, le ofrece como desayuno al enorme Leviatán su primer desafío, como garante del “bien común”:
I
Un agente de la ley, también conocido como señor justicia, le marca el alto a un vehículo automotor que rebaso, por una pequeña fracción, el límite de velocidad permitido. Una vez que el automóvil se detiene, y previa entrevista de rigor, la conductora, de nombre Marisol Magdala, (madre soltera, quien viaja en compañía de sus tres hijos, los cuales pretendía llevar a la escuela). El azulado agente le alecciona parsimoniosamente sobre la falta vial que cometió, la pariente lejana de la discípula más avanzada del profeta de judea, apela al buen corazón del moto agente, sin embargo el heraldo del estado ni se inmuta y le informa a la dama que además de la infracción por su intempestiva velocidad, tendrá que remolcar y confiscar su vehículo por no portar el documento que expiden los prestos dedos del leviatán-estado y que acredita que es apta para la conducción de automotores. La madre, de apellido Magdala, le indica que paso la noche en vela, tratando de descifrar como podría pagar las cuotas de renta sin pagar, la cuales acumulan más de seis meses y que provocaran el desalojo de ella y sus 3 infantes; el inmisericorde insomnio provoco que saliera de su hogar sin el plástico rectangular que acreditara su capacidad para conducir. Agente 1999 manifiesta lamentar—en el alma—dicha situación, sin embargo le comunica—con voz grave y ceremoniosa—que él está ahí para hacer cumplir las normas del Leviatán, por lo cual, la incautación del medio de transporte es inminente. María, estresada ya por el sufrimiento natural de su descendencia (correctamente sentada en el asiento trasero), comienza a autoflagelarse con pensamientos fatalistas. Además de la deuda en el alquiler del hogar, debe de comprar ropa a sus tres hijos y pagar los honorarios del letrado—también conocido como aboganster—que le auxilia con la demanda de pensión alimenticia y manutención que ha interpuesto en contra de Abram Caín, el interfecto con el quien decidido congraciarse para procrear a los 3 morros, que ahora lloran en el asiento trasero del auto. Como un acto desesperado, suplica por la comprensión y compasión del Agente de la ley y como ofrenda al Leviatán, le ofrece los billetes destinados al pago del letrado; Agente 1999 suspira, sin retirarse sus obscuras gafas, lanza sendas miradas periféricas, confirmando que ninguno de los conductores o transeúntes lo observa; asiente levemente con su cabeza y le indica a la conflictuada conductora, que solo por “esta ocasión, la apoyara”, evitando así la aplicación de la ley. Habiendo emitido el indulto oficial, Agente 1999 procede a recibir, de manera sutil, los pliegos de papel algodón adornados por los proceres de esta patria sabia, buena y ancestral, quienes por un momento, habitaran el bolsillo derecho del pantalón—oficial—del agente de la ley. Mari Magdala (para sus amigos) respira aliviada—por ahora—y emprende el camino hacia su rutina de 12 horas laborales; Agente 1999 se retira satisfecho al haber hecho la obra buena del día en nombre y al amparo del Leviatán.
II
Es hora del almuerzo, el Leviatán concluye sus tareas vespertinas y dirige su mirada a las activades del Agente 1999, quien después de concluir su extenuante jornada como férreo vigilante del estado de derecho, se dirige a su clase-mediera morada. Ahí lo espera Esposa 999, quien después de proveerlo de una copiosa cena, le informa que por la tarde recibió un telefonema de su abogado, Tadeo Iscariote, quien le pidió a la concubina de Agente 1999 le dijese que era urgente devolviese la comunicación; Agente 1999 procedió a servir en un vaso “old fashion” una generosa porción de una mezcla de wiskis añejados hasta por 60 años (destilado por una familia liderada por el patriarca de nombre Johnny) el cual sería imposible de adquirir con los modestos emolumentos que le proporciona el Leviatán. Digita la clave telefónica de su jurisconsulto, quien una vez cubiertas las exigencias sociales referentes a los saludos previos de cortesía, le informa que el juez encargado de llevar el caso de Agente 1999 está próximo a concluir, y que el sentido de la sentencia será adverso (sobre el caso de una millonaria deuda que el Agente 1999 tiene con diversas instituciones bancarias). Nuestro azulado amigo, lanza diversos improperios, argumentando que los intereses moratorios de sus 5 tarjetas de crédito, no guardan proporción con las cenas y viandas diversas degustadas en las 13 ciudades de Europa que el agente visito con su familia; que las penalizaciones por la falta de pago en los 3 vehículos último modelo que transportan a la familia 1999, son leoninas. Jurisconsulto permite que su cliente se desahogue y una vez concluida la perorata telefónica, le informa a su cliente que el magistrado decretara el embargo de todos sus bienes materiales, para cubrir las diversas deudas. Pasmado por la noticia y sudando frio, Agente 1999 pregunta alternativas al leguleyo, quien después de adormecer a su interlocutor con términos legaloides, termina deslizándole una alternativa “más efectiva”, la cual consiste en “donar” una cantidad monetaria (inferior al monto total de la deuda), a una asociación sin fines de lucro presidia y dirigida por la esposa del Juez encargado de su caso, el Magistrado—Magistral—Justo Ecuánime, quien arropado por su obscura, larga y pesada toga, decretara de ilegal y tétrica (una vez hecha la donación), la deuda reclamada por las instituciones crediticias, argumentando violaciones al debido proceso procesal. Agente 1999 accede al método alternativo de solución de controversias ofrecido por su picapleitos de apellido Iscariote, no sin antes apurar a beber de golpe su exquisito destilado irlandés.
III
El crepúsculo hace rato que invadió al día y, el alba, en cuestión de horas hará su aparición; el Levitan, previo a concluir una jornada más donde previno la anarquía de los ciudadanos, es distraído por un lugar donde emergen notas musicales jocosas, luces estroboscópicas, una neblina gris con olor a tabaco rancio y un intenso ruido provocado por el chasquido de las botellas y vasos de cristal. En la barra del sórdido lugar—llamado La Estrella “dancing club”—se encuentra el renombrado togado Justo Ecuánime, quien ante la copiosa ingesta de bebidas destiladas del agave, es invadido por unas desbordadas ganas de bailar; observa a lo lejos a una mujer de mediana edad y quien por su modo de vestir, seguramente pertenece a la vapuleada clase obrera; envalentonado por el efecto del alcohol y respaldado por los tejidos negros de su vestimenta, se dirige a ella para invitarla a bailar. La dama en cuestión, procede a observar de arriba abajo al “ebrioseñorjusticia” y después de esbozar una socarrona sonrisa, rechaza la invitación sin ni siquiera agradecer el gesto, girando sobre su eje para darle la espalda. Don Justo, forjado en las mieles de que lo que dicta es “ley”, y ante un abrupto y repentino mareo, observó (en cámara lenta) como de repente su mano izquierda alcanzo los cabellos de la dama, tirándola hacia él y de reojo miro como su puño derecho se estrelló—en repetidas ocasiones—en el impávido rostro de la frustrada conquista. Borbotones de sangre emergieron del tabique nasal de la víctima, el puño—que en ocasiones suele blandir el maso de la justicia—seguía estrellándose cual ariete, en el rostro de aquella mujer; prosiguieron los gritos, los empellones de los danzantes, la música ceso y el señor toga sintió como el salón se ilumino para después observar cómo su rostro se estrellaba en la pista de baile, sin que sus manos, sometidas por otros brazos distintos a los de él, pudieran evitar el impacto que lo dejaría inconsciente. Cuando don Justo recobro el conocimiento, sintió el helado metal de los grilletes en ambas muñecas y la intensa combinación de los aromas de orina, sudor y alcohol característicos de una vehículo de la fuerza policial. Froto sus ojos contra el hombro para aclarar su vista; trato de limpiar la sensación de oxidación de su garganta producida por el tequila y la sangre coagulada, cuando escucho como los ojos que lo observaban por el espejo retrovisor le decían: “¡Por fin despierta el valiente combatiente bailarín! no se preocupe amigo, la policía siempre esta aquí para proteger y servir. Aquí lo importante es que usted cuente con los “argumento$” necesarios para demostrarle al juez, que la bella dama (quien antes de subir a la ambulancia pedía que alguien cuidara de sus 3 hijos) fue quien tropezó bailando y se estrelló, por accidente, en su puño izquierdo. A modo de consejo, el agente pidió al detenido: “Reflexione don Justo, el trayecto a la estación de policía es largo”. Agente 1999 encendió los códigos visuales de su vehículo, arranco la marcha y sonrió para sus adentros, pensando que—irónicamente—la justa solución a sus problemas, se encontraba sentada en el asiento trasero de patrulla.
–*–
El Leviatán observo de reojo esa última escena y no pudo evitar sonreír al saber que los hechos observados en ese día por él, justificaban aún mas el poder absoluto, fuerte y autoritario del Leviatán, para imponer el orden entre los 3 disimiles individuos-gobernados. Al final de día, su máxima se cumplía a cabalidad, recordando que “el hombre es un lobo para el hombre”.




